Entre las muchas bellezas eternas de la religión verdadera se encuentran las siguientes:
▪ Está basada en la verdad de un Dios infalible, cuyo nombre es Jehová, en el que podemos confiar incondicionalmente. (Salmos 83:18; Isaías 55:10, 11.)
▪ Está disponible a todos los que tengan un corazón humilde y no reservada solo para los más inteligentes. (Mateo 11:25; 1 Corintios 1:26-28.)
▪ No está influida por la raza, posición social ni nivel económico. (Hechos 10:34, 35; 17:24-27.)
▪ Ofrece una esperanza segura de vida en un mundo de paz y seguridad, sin lamento, enfermedad, miseria ni muerte. (Isaías 32:18; Revelación 21:3, 4.)
▪ Provee un entorno en el que sus miembros pueden vivir como una hermandad leal e internacional, con unidad de doctrina, conducta y espíritu. (Salmos 133:1; Juan 13:35.)
▪ Ofrece a todos —hombres, mujeres y niños— la oportunidad de participar activamente en la obra de Dios, lo cual llena la vida de propósito. (1 Corintios 15:58; Hebreos 13:15, 16.)
▪ Nos advierte de los peligros ocultos y nos instruye sobre cómo debemos actuar para beneficiarnos. (Proverbios 4:10-13; Isaías 48:17, 18.)
Y ¿por qué puede decirse que estas bellezas son eternas? Porque durarán tanto como dure la misma religión verdadera: para siempre.